Papel higiénico.
Crecí en una familia de artistas. Mi padre
pinta, mis dos hermanos y mi tío. Así pues nadie se sorprendió cuando anuncié
que me había ganado una beca para estudiar artes plásticas en Florencia.
Llegué en agosto para comenzar clases en octubre
y así tener tiempo de buscar apartamento y conocer la ciudad. Fue fantástico. Podía
explorar el Renacimiento todas las tardes y sentía que la ciudad se había
quedado varada en el tiempo.
Fue difícil conseguir donde vivir. Todo
estaba carísimo. Me agoté buscando hasta que conocí a otros estudiantes
extranjeros y fui a parar en un apartamento de 3 recámaras y dos baños ocupado
por otros diez chicos. No era lo que buscaba pero era lo único que podía pagar.
Las clases comenzaron y créanme que no fue
nada fácil. Me sentía muy deficiente en dibujo anatómico y paisajes.
Practicaba, practicaba y practicaba todos los días. Lo hacía más que todo
porque mis profesores eran muy exigentes pero también porque trataba de pasar
la mayor parte del tiempo fuera de sobrepoblado apartamento. Aunque no estaba tan
mal. Mis compañeros eran muy respetuosos con mis cosas y agradecía que nadie se
comiera mis biscotti y mis gelattos. Los fines de semana eran divertidos porque
me sentía como en una fiesta pero muchas veces necesitaba soledad para gestar
mis proyectos y trabajar.
Entre trabajo, parrandas y caos doméstico
llegaron las vacaciones de Navidad. La mayoría de los chicos se fueron a pasar
las fiestas a otro lado y solamente quedamos otros tres compañeros y yo. Me
hubiera gustado tomar mi mochila e irme a pasear por Italia pero tenía que terminar un proyecto de pintura y dadas
mis deficiencias no podía darme el lujo de perder el tiempo por ahora.
Mi proyecto consistía en pintar figuras
humanas en el ambiente que yo quisiera. Un hombre y una mujer. Era todo un
reto. Me decidí por un paisaje tomando como inspiración “La Tormenta ” de
Giorgione. Por supuesto, hice algunos
cambios y en lugar de poner un lugar de Grecia, puse un paisaje de Boquete, con
el río Caldera y una enorme piedra que fue arrastrada en la última inundación.
El hombre y la mujer estaban desnudos, y
tal vez pensaban en la posibilidad de
meterse juntos al agua fría del río. Ambos se miraban desde ambos lados del
cuadro.
Como la casa estaba casi vacía me traje mi
caballete y mis pinturas. Trabajé día y noche por una semana. Para Noche Buena
ya estaba casi listo y vi con satisfacción cómo mis personajes se miraban con
picardía, tal vez planeando alguna travesura.
Decidí tomar un descanso y fui a la
refrigeradora a comerme el delicioso tiramisú que había comprado el día
anterior. Descubrí con gran disgusto que alguien se lo había comido y solo
habían dejado las migajas en el plato. Inmediatamente llamé a gritos a mis tres
compañeros de casa. Lo negaron a muerte y por supuesto, quedó la duda. Bueno,
pensé, es Navidad así que no lo iba a tomar tan a pecho. Fuimos todos a comprar
la cena y pasamos una fiesta muy tranquila al calor de la grappa que
conseguimos. Guardé mi postre, otro tiramisú, para comerlo en el desayuno con
mi café y nos fuimos todos a dormir. Soñé con los personajes de mi cuadro.
Estaban vivos y salían del cuadro, se vestían con mi ropa e iban a pasear por
la fría ciudad invernal, extrañando tal vez el sol del trópico. Tal vez eso me
pasó por abusar de la grappa.
Desperté temprano y abrí los regalos que me
dejaron mis amigos y los que me envió mi familia. Luego, mientras hacía el café
fui a la refrigeradora por mi delicioso postre. Había sucedido de nuevo. Plato
vacío y migajas. Grité a todo pulmón y estallé como el rayo de mi Tormenta. Estaba
tan cabreado que decidí ir a la farmacia y comprar un laxante de los que
parecen chocolate. Compré otro tiramisú y partí el laxante en pedacitos,
esparciéndolo por encima del dulce. Lo puse en la refri. Escondí el papel
higiénico de ambos baños en mi cuarto. Y esperé.
A la mañana siguiente fui directamente a la
refrigeradora y con alegría vi que el postre había desaparecido también. Esperé
para ver la reacción del laxante en el culpable y mientras tanto fui a darle
unos retoques a mi cuadro. Descubrí horrorizado que ¡mis personajes se habían
movido! La mujer, muerta de risa, llevaba un puñado de hojas y se las ofrecía a
una mano masculina que salía de detrás de la enorme piedra arrastrada por el
río.
Panamá, 4 de noviembre de 2012
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