domingo, 28 de julio de 2013

Antología

Otra creación. Enrique Jaramillo Levi publicó una antología de cuentos escritos por autores inéditos. Me incluyó y estoy feliz. El libro se llama: ¨Los recién llegados¨. Quiero compartir con ustedes otro cuento me me encontré por ahi, escribí y Enrique publicó. Recomiendo que lo compren, mis compañeros de libro también tienen muy buenas historias.

Papel higiénico.


Crecí en una familia de artistas. Mi padre pinta, mis dos hermanos y mi tío. Así pues nadie se sorprendió cuando anuncié que me había ganado una beca para estudiar artes plásticas en Florencia.
Llegué en agosto para comenzar clases en octubre y así tener tiempo de buscar apartamento y conocer la ciudad. Fue fantástico. Podía explorar el Renacimiento todas las tardes y sentía que la ciudad se había quedado varada en el tiempo.
Fue difícil conseguir donde vivir. Todo estaba carísimo. Me agoté buscando hasta que conocí a otros estudiantes extranjeros y fui a parar en un apartamento de 3 recámaras y dos baños ocupado por otros diez chicos. No era lo que buscaba pero era lo único que podía pagar.
Las clases comenzaron y créanme que no fue nada fácil. Me sentía muy deficiente en dibujo anatómico y paisajes. Practicaba, practicaba y practicaba todos los días. Lo hacía más que todo porque mis profesores eran muy exigentes pero también porque trataba de pasar la mayor parte del tiempo fuera de sobrepoblado apartamento. Aunque no estaba tan mal. Mis compañeros eran muy respetuosos con mis cosas y agradecía que nadie se comiera mis biscotti y mis gelattos. Los fines de semana eran divertidos porque me sentía como en una fiesta pero muchas veces necesitaba soledad para gestar mis proyectos y trabajar.
Entre trabajo, parrandas y caos doméstico llegaron las vacaciones de Navidad. La mayoría de los chicos se fueron a pasar las fiestas a otro lado y solamente quedamos otros tres compañeros y yo. Me hubiera gustado tomar mi mochila e irme a pasear por Italia pero tenía  que terminar un proyecto de pintura y dadas mis deficiencias no podía darme el lujo de perder el tiempo por ahora.
Mi proyecto consistía en pintar figuras humanas en el ambiente que yo quisiera. Un hombre y una mujer. Era todo un reto. Me decidí por un paisaje tomando como inspiración “La Tormenta” de Giorgione.  Por supuesto, hice algunos cambios y en lugar de poner un lugar de Grecia, puse un paisaje de Boquete, con el río Caldera y una enorme piedra que fue arrastrada en la última inundación. El hombre y la mujer estaban desnudos,  y tal vez pensaban en la  posibilidad de meterse juntos al agua fría del río. Ambos se miraban desde ambos lados del cuadro.
Como la casa estaba casi vacía me traje mi caballete y mis pinturas. Trabajé día y noche por una semana. Para Noche Buena ya estaba casi listo y vi con satisfacción cómo mis personajes se miraban con picardía, tal vez planeando alguna travesura.
Decidí tomar un descanso y fui a la refrigeradora a comerme el delicioso tiramisú que había comprado el día anterior. Descubrí con gran disgusto que alguien se lo había comido y solo habían dejado las migajas en el plato. Inmediatamente llamé a gritos a mis tres compañeros de casa. Lo negaron a muerte y por supuesto, quedó la duda. Bueno, pensé, es Navidad así que no lo iba a tomar tan a pecho. Fuimos todos a comprar la cena y pasamos una fiesta muy tranquila al calor de la grappa que conseguimos. Guardé mi postre, otro tiramisú, para comerlo en el desayuno con mi café y nos fuimos todos a dormir. Soñé con los personajes de mi cuadro. Estaban vivos y salían del cuadro, se vestían con mi ropa e iban a pasear por la fría ciudad invernal, extrañando tal vez el sol del trópico. Tal vez eso me pasó por abusar de la grappa.
Desperté temprano y abrí los regalos que me dejaron mis amigos y los que me envió mi familia. Luego, mientras hacía el café fui a la refrigeradora por mi delicioso postre. Había sucedido de nuevo. Plato vacío y migajas. Grité a todo pulmón y estallé como el rayo de mi Tormenta. Estaba tan cabreado que decidí ir a la farmacia y comprar un laxante de los que parecen chocolate. Compré otro tiramisú y partí el laxante en pedacitos, esparciéndolo por encima del dulce. Lo puse en la refri. Escondí el papel higiénico de ambos baños en mi cuarto. Y esperé.
A la mañana siguiente fui directamente a la refrigeradora y con alegría vi que el postre había desaparecido también. Esperé para ver la reacción del laxante en el culpable y mientras tanto fui a darle unos retoques a mi cuadro. Descubrí horrorizado que ¡mis personajes se habían movido! La mujer, muerta de risa, llevaba un puñado de hojas y se las ofrecía a una mano masculina que salía de detrás de la enorme piedra arrastrada por el río. 

Panamá, 4 de noviembre de 2012



        

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