jueves, 20 de diciembre de 2012


Otra historia. 
Estudio del Ecosistema Urbano. 

Salió volando por la ventana del laboratorio. Sintió la brisa bajo sus alas extendidas y en su cara. Era un talingo libre.
Le dio hambre y aprovechó que era casi de noche para visitar su restaurante favorito. Las mesas estaban llenas de suculentas migajas gracias a la pereza del personal de limpieza. Los comensales trataban de ahuyentarlo y él se iba y volvía. Había pan, arroz, frijoles, huesitos de pollo con mucha carne y otras delicias. No les hizo caso a las sobras de ensalada. Se llenó y le dio sed. Esperó a que le bajara la llenura para ir a la fuente cerca del restaurante. Era profunda y él no podía nadar pero una fuga en la tubería formaba un maravilloso charco cerca de la calle. El agua estaba tan limpia que veía las piedrecillas en el fondo. Se metió y tomó agua. Chapoteó y se divirtió de lo lindo mientras el tráfico de autos y de gente parecía estar en otro universo.

Cuando se aburrió, se fue a los alambrados eléctricos para dormir entre miles de otros como él y no encontró espacio libre. Le picoteó la cabeza a otro pájaro y lo espantó de allí. Se acomodó, unió su voz a las de los demás que cantaban los himnos vespertinos de todos los talingos  y durmió el sueño sin recuerdos de los animales felices.

Al día siguiente lo despertó el escándalo de sus compañeros al amanecer. Todos volaron y él los acompañó. Se fueron al mercado a esperar que comenzaran a limpiar los peces y demás mariscos recién capturados. Mientras aguardaban el primer cargamento de desechos,  admiró la espléndida alborada marina. Luego, en medio del desorden de gaviotas, pelícanos y ellos mismos, observó a una madre talinga alimentar a pichones tan grandes como ella. Otros peleaban por un pedazo de algo y más allá varios de ellos le llevaban pedacitos de comida a uno que acababa de perder la patita debido a un accidente.

Después del suculento desayuno voló a la parte vieja de la ciudad. Deambuló por el parque. Tuvo que emprender el vuelo ya que un taxista casi lo moja al expulsar de sí un chorro de líquido caliente. Fue hasta la torre de la iglesia y se encontró a varios compañeros saboreando huevos de paloma. Estos lo corretearon y de nuevo tuvo que volar de apuro.

Aterrizó cerca de un gato dormido. Solo por ver qué pasaba lo comenzó a picotear y el gato despertó asustado.  El ave se paró a prudente distancia. El gato se enfureció y arremetió contra él logrando morderle un poco las plumas de la cola. Asustado, no quiso desafiar más al felino y se alejó volando.

Hacia el medio día le dio mucho calor y regresó al charco de la fuente en donde se encontró con varios congéneres. Tomó agua, jugó con sus compañeros y luego se dirigió a un basurero cercano, atraído por el aroma a comida. Esperó a que se fueran unos gatosolos que estaban comiendo.  Rebuscó entre los restos y encontró pedazos de piza y unos macarrones con carne. Un halconcillo lo observaba y él, al notarlo, comió con rapidez. Se llevó un pedazo de piza para un árbol cercano en donde lo disfrutó con calma, sin hacer caso al ruido de los autos, el humo de los escapes ni a la gente que pasaba por debajo de él.

Al terminar de comer dejó caer los desechos de su digestión sobre un distraído transeúnte el cual maldijo con su mejor repertorio y se limpió lo mejor que pudo con un pañuelo.

En ese mismo árbol estaba el  nido de una de sus compañeras. Ella se dedicaba a acosar a todos los que pasaban por allí y gustoso la ayudó pero al final resultó ser él la víctima de la madre enfurecida.
Se posó en el alambrado y desde ahí divisó una bandada de pericos escandalosos que se dirigían hacia un árbol de mango cercano. Decidió seguirlos. Los pericos comenzaron a alimentarse de los frutos maduros y los compartieron con dos ardillas que ya estaban en el lugar. Había suficiente para todos pero los pericos ahuyentaron al talingo. Nunca se sabe qué intenciones traen.

Ya atardecía y se sintió cansado de tanta diversión. Había cumplido con su papel de talingo a cabalidad. Decidió descansar.

Entró por la ventana. El laboratorio estaba igual. El vaso con líquido rojo estaba en su lugar. El talingo tomó de él. A los cinco minutos un humo rojo comenzó a salir de sus fosas nasales y sus oídos. La humareda aumentó hasta llenar la habitación. La transformación no duró mucho. Del humo surgió el alquimista un poco aturdido. Se sacó de la boca  una pluma y se vistió. Encendió el abanico para disipar el humo, se preparó un café y aunque estaba muy cansado se sentó a escribir antes de que se le olvidaran las cosas: “Estudio del comportamiento de los talingos de la ciudad de Panamá y su impacto en el ecosistema urbano. Primera Parte. Observación.”

Panamá, 11 de diciembre de 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario