Otra historia.
Estudio del Ecosistema Urbano.
Salió volando por la ventana del
laboratorio. Sintió la brisa bajo sus alas extendidas y en su cara. Era un
talingo libre.
Le dio hambre y aprovechó que
era casi de noche para visitar su restaurante favorito. Las mesas estaban
llenas de suculentas migajas gracias a la pereza del personal de limpieza. Los
comensales trataban de ahuyentarlo y él se iba y volvía. Había pan, arroz,
frijoles, huesitos de pollo con mucha carne y otras delicias. No les hizo caso
a las sobras de ensalada. Se llenó y le dio sed. Esperó a que le bajara la
llenura para ir a la fuente cerca del restaurante. Era profunda y él no podía
nadar pero una fuga en la tubería formaba un maravilloso charco cerca de la
calle. El agua estaba tan limpia que veía las piedrecillas en el fondo. Se
metió y tomó agua. Chapoteó y se divirtió de lo lindo mientras el tráfico de
autos y de gente parecía estar en otro universo.
Cuando se aburrió, se fue a los
alambrados eléctricos para dormir entre miles de otros como él y no encontró
espacio libre. Le picoteó la cabeza a otro pájaro y lo espantó de allí. Se
acomodó, unió su voz a las de los demás que cantaban los himnos vespertinos de
todos los talingos y durmió el sueño sin
recuerdos de los animales felices.
Al día siguiente lo despertó el
escándalo de sus compañeros al amanecer. Todos volaron y él los acompañó. Se
fueron al mercado a esperar que comenzaran a limpiar los peces y demás mariscos
recién capturados. Mientras aguardaban el primer cargamento de desechos, admiró la espléndida alborada marina. Luego, en
medio del desorden de gaviotas, pelícanos y ellos mismos, observó a una madre
talinga alimentar a pichones tan grandes como ella. Otros peleaban por un pedazo
de algo y más allá varios de ellos le llevaban pedacitos de comida a uno que
acababa de perder la patita debido a un accidente.
Después del suculento desayuno
voló a la parte vieja de la ciudad. Deambuló por el parque. Tuvo que emprender
el vuelo ya que un taxista casi lo moja al expulsar de sí un chorro de líquido
caliente. Fue hasta la torre de la iglesia y se encontró a varios compañeros
saboreando huevos de paloma. Estos lo corretearon y de nuevo tuvo que volar de
apuro.
Aterrizó cerca de un gato
dormido. Solo por ver qué pasaba lo comenzó a picotear y el gato despertó
asustado. El ave se paró a prudente
distancia. El gato se enfureció y arremetió contra él logrando morderle un poco
las plumas de la cola. Asustado, no quiso desafiar más al felino y se alejó
volando.
Hacia el medio día le dio mucho
calor y regresó al charco de la fuente en donde se encontró con varios
congéneres. Tomó agua, jugó con sus compañeros y luego se dirigió a un basurero
cercano, atraído por el aroma a comida. Esperó a que se fueran unos gatosolos que
estaban comiendo. Rebuscó entre los
restos y encontró pedazos de piza y unos macarrones con carne. Un halconcillo
lo observaba y él, al notarlo, comió con rapidez. Se llevó un pedazo de piza
para un árbol cercano en donde lo disfrutó con calma, sin hacer caso al ruido
de los autos, el humo de los escapes ni a la gente que pasaba por debajo de él.
Al terminar de comer dejó caer
los desechos de su digestión sobre un distraído transeúnte el cual maldijo con
su mejor repertorio y se limpió lo mejor que pudo con un pañuelo.
En ese mismo árbol estaba el nido de una de sus compañeras. Ella se
dedicaba a acosar a todos los que pasaban por allí y gustoso la ayudó pero al
final resultó ser él la víctima de la madre enfurecida.
Se posó en el alambrado y desde
ahí divisó una bandada de pericos escandalosos que se dirigían hacia un árbol
de mango cercano. Decidió seguirlos. Los pericos comenzaron a alimentarse de
los frutos maduros y los compartieron con dos ardillas que ya estaban en el
lugar. Había suficiente para todos pero los pericos ahuyentaron al talingo.
Nunca se sabe qué intenciones traen.
Ya atardecía y se sintió cansado
de tanta diversión. Había cumplido con su papel de talingo a cabalidad. Decidió
descansar.
Entró por la ventana. El laboratorio
estaba igual. El vaso con líquido rojo estaba en su lugar. El talingo tomó de
él. A los cinco minutos un humo rojo comenzó a salir de sus fosas nasales y sus
oídos. La humareda aumentó hasta llenar la habitación. La transformación no
duró mucho. Del humo surgió el alquimista un poco aturdido. Se sacó de la boca una pluma y se vistió. Encendió el abanico
para disipar el humo, se preparó un café y aunque estaba muy cansado se sentó a
escribir antes de que se le olvidaran las cosas: “Estudio del comportamiento de
los talingos de la ciudad de Panamá y su impacto en el ecosistema urbano.
Primera Parte. Observación.”
Panamá, 11 de diciembre de 2012.
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